Gracias a la ciencia, el hombre ha sabido crear cosas muy buenas, pero al mismo tiempo hemos perdido mucho de lo que tenían nuestros padres y abuelos.
En mi opinión, en el mundo de los gimnasios está pasando algo parecido.
Por suerte para todos, cada vez hay más gente de toda condición y edad que se dedica a ejercitarse en gimnasios, que hoy se han convertido en macro-centros enormes, muy bien acondicionados, con todo tipo de prestaciones adicionales, desde bar, restaurante, peluquería, guardería, etcétera, sin embargo estos negocios son excesivamente impersonales, fríos y hasta cierto punto deshumanizados; porque carecen de algo esencial: el alma.
El espíritu «Old School»
Añoro aquellos viejos gimnasios que fueron los pioneros de estos centros brillantes, cromados y asépticos de hoy, dónde los cientos de usuarios ni se conocen, ni se comunican, no sudan, apenas se esfuerzan y están satisfechos con ver la televisión sentados en la bicicleta o máquina electrónica de turno y deambulan por la sala absortos con los auriculares puestos.
Por fortuna, todavía quedan algunos pequeños gimnasios de barrio, donde el hierro herido por el choque entre barras muestra su frío interior a través de los restos de pintura original, acechado por el óxido y el polvo natural.
Son gimnasios donde no hay aire acondicionado ni calefacción, ni zona de Spa, ni falta que les hace, pero sí muchas viejas fotos de Arnold en blanco y negro, de Haney y de Coleman colgadas de las paredes.
Huelen a hierro y a sudor, pero la atmósfera es única y la maravillosa melodía del hierro chocando entre sí y contra el suelo es como magia para el oído y el corazón. Cuántas ilusiones se han hecho realidad entre esas paredes y esos metales, cuántos cuerpos soberbios se han forjado en esos templos del coraje y de la capacidad de superación.
En su mayoría, son los propios dueños los que regentan esos locales, éstos no van con corbata ni ropa corporativa de una franquicia, pero conocen por su nombre de pila, y hasta el apellido, a todos y cada uno de sus socios, hablan con ellos, los ayudan, motivan y si vas un día acompañado de un amigo lo dejan entrenar por un precio módico y hasta puede que ni le cobren nada.
No sólo son lugares donde se entrena en serio, duro, de forma acérrima, sino que son como una hermandad donde se cultiva la amistad, dónde el dueño es la figura que dinamiza el lugar y el grupo, impregnándolo de calor, amistad y también de pique sano.
La mayoría de los asistentes a estos gimnasios forman como una gran familia y todos se apoyan y se empujan a ir más allá. Es el espíritu de los viejos gimnasios de los años 70 y 80.
Está claro que estos establecimientos acérrimos también buscaban la rentabilidad, porque no son organizaciones de caridad, pero los centros modernos sólo persiguen la facturación final y los miembros son sólo números necesarios para llegar a la cifra objetivo, a nadie le importa quien eres ni tu evolución física, mientras no devuelvas la cuota mensual, eres el cliente perfecto.
En cambio, en aquellos viejos gimnasios casi tenías que llevar un justificante si un día te saltabas el entrenamiento. Tenías incluso que dar explicaciones por tu ausencia.
Nunca he entrenado en un gimnasio donde no estuviese siempre el dueño.
Claro, vigilaba su instalación, pero también supervisaba a los miembros y estaba feliz de vernos a todos allí y se esforzaba para que obtuviésemos resultados, porque el progreso de los que se entrenan bajo su guía constituye la mejor propaganda de su negocio. Si progresas, él también.
En esos lugares se mejoraba físicamente más que en ningún otro lugar, pero no sólo muscularmente, porque tal vez sin saberlo también se cultivaban cualidades esenciales del ser humano, como la humildad, la camaradería, la constancia, la disciplina y el espíritu de auto superación.
Esos rasgos son de una enorme trascendencia en la vida de cualquier persona y herramientas para su evolución en la sociedad.
No debemos olvidar que esos gimnasios constituyen la raíz de la que luego ha florecido la cultura del fitness que actualmente conocemos.
Ellos han sido los pioneros que dieron lugar a este movimiento de gran alcance y que hoy es una industria pesada.
Como sucede con los coches, los ordenadores, las redes informáticas y otros adelantos de nuestra sociedad, tampoco vamos a prescindir de los grandes centros de fitness, que desempeñan un papel muy positivo en nuestra sociedad, pero asimismo deberíamos intentar imbuirlos del espíritu de los viejos gimnasios acérrimos, para que en ellos se cultiven de verdad el cuerpo y el espíritu.
Deberíamos valorar lo mucho y bueno que han significado aquellos viejos gimnasios para muchas generaciones y la importancia que han tenido en nuestra sociedad actual, para mantener como ‘oro en paño’ los que todavía quedan y procurar traspasar sus valores a las instalaciones modernas.